Esto no es una apología al sexo

Dicen que el amor mueve montañas, pero nadie habla de lo que mueve el sexo.

El sexo es un proceso complejo que empieza moviendo miradas, gestos, sonrisas, deseos. Mueve cuerpos, saludos, acerca, acaricia, excita. El sexo crea el deseo de mirar esos pitillos en ese cuerpo, de ajustarlos primero un poco más y luego desabrocharlos, arrancarlos. Mueve la mirada sobre esos pasos, sobre esa otra mirada, sobre ese mentón, esa oreja, ese cuello, esos labios y mueve las palabras, la voz, los dedos en un whatsapp nada temblorosos, mueve la picardía, la seducción sutil, la mirada fija y pervertida.

El sexo mueve los cuerpos y los encuentra, mueve la reciprocidad del deseo, mueve las casualidades y las indirectas claramente dirigidas, mueve la sinceridad de un borracho, la honestidad tras un piti, las historias deseadas a altas horas de la madrugada y lleva a los cuerpos del sexo a remover sus entrañas, a desplazarse a un rincón, a una calle oscura, a un portal con un mendigo, no, ese no, a una habitación de un piso compartido, al coche de un amigo generoso, a una cama, un cojín, una piedra, una pared. El sexo los desplaza hasta él mismo y los folla, les arranca las miradas, los dedos, los vaqueros, los deseos, y termina.

Los abandona tras quitarles la sed o habérsela aumentado, pero los abandona.

Los deja sin pitillos, sin colgantes, sin mirada, con orgasmos y una culpa extraña, culpa occidental por haber asistido al placer de los sentidos sin garantía y con caducidad, culpa de nada. Los deja satisfechos, borrachos por haberse bebido sus cuerpos y separa sus caminos, les mete la lengua en el despido.

Dicen que el amor mueve montañas, pero nadie habla de lo que mueve el sexo porque el sexo no mueve, abandona. Se abandona.

El amor es ese estado del alma que no quiere arrancar unos pitillos con la boca sino desnudar la belleza de un firmamento de piel clara. Es ese sentimiento que no mueve los ojos pícaros de cuello a cintura y viceversa con el morbo erizado en cada vuelta, sino que los desplaza de arriba a abajo y sonríen a ese alma con su cuerpo que tiene tímida la mirada, besan suavemente la frente y abrazan, apoyan, confían, respetan.

El amor mueve, por encima de todo, un par de almas, y el alma no tiene otra forma de manifestarse que agitando el corazón, el pobre, que cuando se agita no puede sino agitar también los sentidos, temblar, tartamudear a veces, dudar, torcer los pies, tambalearse un poco, bajar sensible la mirada. El amor mueve las manos a encontrar sus dedos entrelazados y besarlas con cuidado, el amor mueve una sonrisa que se acerca a otra, el amor baja los ojos, no sabe qué contestar a veces y otras lo tiene muy claro, el amor no entiende de sexo -hace el amor- y por eso precisamente mueve montañas, porque acompaña.

Mueve montañas de miedo y las desplaza en un abrazo, mueve picos de incertidumbre y los hace valle frente a una muestra de cariño, mueve la timidez remota a la timidez de un beso nervioso acompasado a un parpadeo. El amor mueve montañas porque mueve personas, remueve sentimientos, hace cabriolas con los sentidos y paraliza los cuerpos.

El amor, queridos, enamora, respeta, cuida, besa, suspira, observa, acompaña, llena, enriquece, llora, se estremece, se queda. Siempre se queda.

@suahuabs

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