Libertad es nombre de mujer

Libertad era su mirada.

Libre era su espíritu, su día a día, su quehacer. Era como un pájaro. Un día aquí otro allá, o siempre en el mismo sitio. Tenía una voluntad de hierro, los ojos muy oscuros y el cabello ensortijado y siempre revuelto.

Vivía.

Sí, vivía.

Algunos dicen que lo que corría por sus venas no era sangre sino espuma de las olas.

Esa espuma en la que le encantaba bañarse, a veces sola, a veces con ellas, con ellos, con ella, con él. Entonces las olas, caprichosas, jugaban con su cabello, le coronaban la frente de blanco cada instante y se deslizaban las gotas por su rostro.

Después ella se chupaba los labios como un niño manchado de helado, y sonreía, le encantaba el sabor de aquella sal.

Sonreía mucho.

También reía mucho. Siempre de verdad y siempre distinta.

A veces él, ella, otras personas, se ponían celosas de que regalase su mejor mirada al vuelo bajo de una golondrina, al horizonte, a un niño agachado buscando una caracola, a una pregunta sin respuesta, a un párrafo de un libro o a una brisa repentina que le había acariciado las mejillas.

Y como lo que hacía era vivir, era coleccionista de sensaciones. Cada mañana abría el cajón de su cómoda, se ponía guapa, muy guapa, más de lo que ya era, y cuando se calzaba los zapatos decidía también qué sensación le apetecía aquel día.

Cuando se sentía bien se calzaba los rojos, los azules, los verdes, los marrones, las botas, los de tacón, las sandalias, los planos, las deportivas. Siempre se sentía bien. Tenía la capacidad de fascinarse por todo, la capacidad de disfrutar, de convertir lo bello en eterno y cuando algo le faltaba, cuando fallaba, cuando no lo conseguía, entonces se descalzaba e invitaba a sus pies a sentir el suelo, a sentir lo que pisaba, a sentir el mundo.

Sentía el asfalto ardiendo, la nieve, la arena, una alfombra, un suelo de mármol frío, las hojas… y volvía a disfrutar, a sentirse bien.

Si era necesario se los ponía de nuevo y volvía a continuar su día, frenética o tranquila. Si no, se quedaba allí, así. A veces con los ojos cerrados, otras los abría mucho y corría, otras abrazaba, algunos simplemente esperaba, imaginaba, soñaba, vivía. Podía estar así un segundo, horas, un año, la vida o toda la eternidad.

Algunos decían que tenía miles de vidas y ella se reía. Sólo tenía una, ésta, y lo sabía.

Por eso lo hacía todo con ganas, con empeño, con fuerza. Lo hacía todo de verdad. También escuchar, querer.

Libertad era mirarla a los ojos.

Te bebía, te inspiraba, te colmaba.

Tenía magia.

El más tímido, el más escondido, el más asustado era libre con ella.

Porque con ella el tiempo dependía de las cosas por hacer y las ganas de hacerlas. Con ella se producían los debates más interesantes y profundos, con ella surgían las mejores ideas, con ella reías con ganas, con ella paseabas horas y horas, con ella imaginabas, volabas, soñabas y lo contabas. Con ella eras tú. Porque uno es libre cuando siente que le entienden, cuando siente que lo suyo interesa, cuando puede formar parte, en esos momentos se deja ser él y entonces hay miedos que dejan de existir.

Mirarla era una puerta, una ventana, y ella era el mundo.

El mundo que le abría la puerta y con dos lunas morenas rodeadas de rizos te alentaba a saltar, volar, a cruzarla y a elegir, a decidir el próximo paso y tu propio ritmo en el camino. A hacer girar el globo y detener el dedo aquí, o allí, o en algún punto del océano.

Y lo más curioso es que después de estar con ella lo que más te apetecía era irte, ya, en seguida. Hacer las maletas o simplemente hacer la cama y vivir. Como ella. Comerte entero el mundo o guardarlo en el bolsillo y no olvidar nunca la receta ni el papel con los destinos.

Uno se sentía tan bien después de conocerla. Porque si tú no la dejabas, ya nunca más se iba, puede que no volvieras a verla, pero estaba ahí, en algún sitio, su mirada no la perdías.

Ella, con sus zapatos y sus pies descalzos, con sus sensaciones.

Su mirada era el mundo, mirarla era ser pájaro.

Y todavía lo es.

@suahuabs

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