Dime cuántos besos me he perdido

Se le ofrecía una nueva oportunidad, pero no estaba segura de que aceptar fuera lo más correcto.

– ¿Y si me vuelvo a enamorar?

– ¿Después de dos años? Las personas cambian mucho con el tiempo, cielo, más aún si se van fuera, estará tan cambiada que puede que ni la reconozcas.

– ¡Ay Marta! ¡Me da miedo! – abraza a su compañera – Fue una historia tan corta pero tan intensa, y bueno, al fin y al cabo empecé a trabajar aquí por ella…

– Fue un principio demasiado romántico para ser cierto, demasiado de película, admítelo, por eso no funcionó, el destino no existe, existen las casualidades.

– Fue una casualidad preciosa…

– ¡Pues no le digas que sí por Facebook si no quieres!

– No, no puedo, tengo que aceptar, tengo que contestarle ya o pensará que no quiero saber nada de ella, hace tanto tiempo que no hablamos.

– Me acuerdo cuando te pasabas los días odiándola por abandonarte… – sonríe Marta mirándola por el rabillo del ojo mientras saca un croissant calentito.

– ¡Ay, déjame! Ya lo sé. Me voy a recoger bandejas.

Eran algo más de las 12 de la mañana y el espacio Gourmet Experience del Corte Inglés de Callao estaba ya lleno de clientes que disfrutaban de su brunch a media mañana en la terraza acristalada con vistas a la Gran Vía, o valientes adormilados que se atrevían a tomarse un café rápido saliendo al exterior y con el aire helado en la cara, conscientes de que sería lo más útil si querían lograr algo productivo en lo que quedaba de mañana.

Marta miraba con cariño a su compañera, estaba segura de que seguía enamoradísima, se sabía la historia de memoria, se acordaba de haberla visto allí sentada con un té delante, de habérselo servido mil veces y del día que levantó los ojos y se empeñó en que trabajaría como fuera en aquella terraza, a turno completo y en esa barra pegada a la puerta, para que no se le escapara nadie, en el espacio de las tartas y los tés, el suyo. ¿Cómo no iba a apoyarla ahora? No estaba dispuesta a que su compañera no lo intentara, no podía dejar que perdiera su segunda oportunidad, aunque su propia historia de amor con Javi no tuviera un guión tan preparado había aprendido que siempre merecía la pena no dejar escapar aquello que te excitara la mente, el cuerpo y el corazón, porque los trenes sólo pasan una vez y si te equivocas de camino siempre podrás bajar más lejos y montarte en otro, incluso saltar en marcha aunque te hagas daño; pero aquel que se va no vuelve y no sabrás nunca a quién llevaba dentro.

– ¡Y si esta noche es un desastre ya la abrazaré yo y le llevaré chocolate! – pensaba Marta con determinación.

Afrontar, hablarlo todo, descubrir, dejarse llevar por la curiosidad, no dejar nada pasar sin más era su lema.

– – –

“Hola guapa! Cuánto tiempo! Estoy en Madrid unos días, te apetece quedar a charlar un rato en el sitio en el sitio de siempre? :)”

A la chica se le abrieron los ojos de par en par. Llevaban sin hablar más de un año y no estaba preparada para volver a verla, rompió a llorar como una magdalena en los brazos de Marta.

Aquel era el día acordado, quedaban unas horas. Estaba histérica y ambas habían decidido que hoy ella recogería las bandejas y limpiaría las mesas, que pondría la nata y haría los cafés con espuma. Su compañera cortaría las tartas, esperaría al horno, tomaría nota y se encargaría de las decoraciones puntillosas.

– ¿Y sí ha estado con un chico? ¿Y si tiene pareja? ¿Tendrá novia?

– ¿Tú has tenido parejas después?

– Bueno, lo intenté con algún chico, pero la tenía demasiado en la cabeza. Las chicas en general no me llaman.

– ¿Y eso? ¿Has salido por Chueca?

– No lo sé, ella fue la primera chica con la que estuve y por Chueca sí, no se trata de eso, yo… necesito coger confianza, no me vale una noche, necesito a alguien que me inspire, que comparta conmigo su forma de ver el mundo, que me comprenda… y no me gusta nadie.

– Nadie que no sea ella.

– No. O sea, sí. ¡Yo que sé! Que no, que ella ya no.

– ¿Alguien como yo entonces? – le guiña Marta un ojo.

–  A ti te quiero siempre – bromea – Pues que sepas que seríamos una pareja estupenda, tú pondrías el orden, la cabeza, la paciencia, los abrazos,…

– ¡Anda! ¿Y tú qué?

– Yo sería la que te llevaría flores al trabajo y te pondrías roja, como cuando te las mandó Javi en San Valentín, ¡me partiría de la risa! y… te dejaría que me cuidaras de vez en cuando.

– ¡Pero qué morro tienes! Seguro que eres más cariñosa de lo que dices…

– No. Bueno, con ella sí lo era… ¿tú crees que habrá estado con alguien?

– No lo sé. Tienes que ir preparada para todo, ha estado en Estados Unidos y no has sabido nada de ella, puede haber sido cualquier cosa.

– Bueno, me da igual. ¡Ay no, no quiero! ¿Tú crees que se habrá enamorado?

Pero a Marta no le da tiempo a contestar, tampoco hubiera sabido qué decir.

Son ya las 5 de la tarde en aquel día de Madrid, no dan abasto con las meriendas y los cafés. La chica estaba nerviosa, se sobresaltaba cuando veía melenas castañas recogidas en una coleta y sacaba brillo una y otra vez a aquella mesa redonda de la esquina, daba igual que otro camarero de un espacio contiguo la hubiera limpiado, ella la necesitaba impoluta.

Marta la miraba de vez en cuando, le preocupaba su mirada perdida y le había trasmitido un poco de su nerviosismo; por una parte tenía curiosidad por conocer a la chica tantas veces nombrada por su compañera; mientras que por otro se acordaba de sí misma, de aquellos fines de semana que se inventaba dormir en casa de una amiga y se acercaba a la playa con Miguel, recordaba su ilusión cuando lo veía y el miedo constante de que un día no apareciera.

– ¡Qué distinto es el amor según la conexión con la persona! – pensaba para sí.

La ilusión, el desarraigo, la pasión, los celos, la intimidad, la huída del mundo, la cercanía, el miedo, el riesgo, la valentía, el carácter, los prejuicios, la capacidad de dar… y de escuchar. Le resultaba curioso observar el amor en otras vidas, la forma de expresarse de los enamorados, la personalización absoluta del sentimiento; aunque no le hubiera gustado que nadie mirase la suya, que nadie entrase en su mundo con Javi, en su burbuja, se sentía ridículamente cursi. Se puso roja sin querer.

– – –

– Tenemos que dejar de vernos. Me voy a Nueva York. Mañana. Puedes venir a despedirme pero hazte a la idea de que seguramente no nos veamos ni hablemos jamás. Ya no estaremos juntas, no nos querremos, no nos daremos los buenos días, no haremos nada de lo que habíamos planeado. No quiero, me voy. No vengas conmigo. Es lo mejor para ti.

La chica lloró y lloró, replicó, pataleó, razonó, preguntó y buscó mil explicaciones a aquello. Pero no tuvo nada, no consiguió nada. Todo era no, no y no. Nunca más. La intentó retener, le pidió mil porqués y de ella no salió nada. Ni una lágrima.

Las 7 de la tarde en la terraza Gourmet del Corte Inglés de Callao. Quedaba algo más de una hora, la chica se tiraba de los pelos.

– Oye, escúchame – la cogió Marta por el brazo mirándola a los ojos – Tú eres fuerte, tú has quedado con ella porque te apetece, porque quieres que te cuente muchas cosas, vas a sentarte con ella porque tienes la oportunidad de hacerlo y no eres tonta y has decidido intentarlo. Tú eres la dueña de ti misma y de tus sentimientos y ella, ni nadie, puede contigo, vas a escucharla porque quieres y ella tiene que escucharte a ti.

La chica tragó saliva intentando asentir y contener el miedo.

– Y óyeme bien – continuó – yo estaré aquí, lejos de esa mesa que es tuya y solo tuya pero aquí contigo, a las más mínima señal de no estar a gusto y querer irte me haces una señal disimulada y yo te saco de alguna manera.

– ¡Ay no, por favor! – se agarró a ella.

– No te asustes, me refiero a que te llamo y hago que soy tu abuela y no te oigo o lo que sea, ¿vale? Y salga como salga, ya sabes que después tienes una charla conmigo quieras o no – dijo en tono cariñoso.

– Gracias – la abrazó.

Marta pensó, que a veces, no hay mayor poder que un ser humano pueda entregarle a otro que el apoyo y la confianza, que no hay arma mayor que el cariño, que el aprecio, no hay nada en el mundo que cause más alegría, más buenos sentimientos y más dolor en su ausencia. Ellas habían charlado y trabajado juntas todo el día durante algo más de un año con casi todos sus días. Marta sabía perfectamente por qué confiaba en ella, sabía lo que valía su amiga y estaba casi segura que aquello, fuera como fuese, acabaría siendo bueno, ella encontraría las respuestas que le faltaban, sería aún más fuerte. Conocía de primera mano lo que sentía su compañera por aquella chica.

– – –

Las noches, los sueños, las risas, las confidencias, los días sin tiempo, el tiempo sin medida.

En Callao (y para todo aquel que mirara el reloj) quedaba media hora.

– – –

Los sentimientos piel con piel. Los infinitos paseos. Las charlas eternas.

En la terraza la chica llevaba otra ropa, se había puesto más mona, se había maquillado un poco, los minutos no pasaban.

– – –

El primer “te quiero”. Los abrazos, los apretujones.

La sensación de las agujas del reloj moviéndose hacia atrás.

– – –

El descubrimiento mutuo del amor hacia una chica. El primer beso.

Silencio.

– – –

– Hola.

– Hola.

Ayer tenía el pelo castaño recogido en una coleta. Hoy lleva un gorro, se lo quita, está calva. Ayer sonreía a medias, era guapa. Hoy sonríe de la misma manera, se le forma una arruguita en la comisura, sigue igual de guapa. Ayer llevaba cuentas de colores, hilos trenzados en la muñeca, hoy un lazo gris, otro fucsia, una pulsera con una pegatina blanca y verde bastante desgastada por el roce, con una cruz tipo farmacia, y algo en inglés.

– Cuéntame – suena entre una orden y una súplica, las dos al unísono, sin querer. Se sonríen. Se miran a los ojos en un atisbo de complicidad. Han cambiado y lo saben. Se quieren y aun lo notan. Se han marcado mutuamente, “no es posible la vuelta atrás” se palpa en el aire.

Marta las mira de lejos, las ve conversar; en algún momento pasa cerca de ellas, rápido, para no escuchar; siente curiosidad sana pero no quiere ser cotilla.

– Sal como sea pero sal nueva.  – intenta transmitirle telepáticamente, sabe que no es su turno ni tendrá que actuar. Ellas acaban el bizcocho, acaban el té, siguen hablando. – Que no hay marcha atrás es cierto pero ¡vamos! Se os ve en los ojos, sois nuevas, empezad de nuevo, solas o acompañadas, y si os queréis, por dios, cuidaos… – Ellas se van, desaparecen de la terraza, del Corte Inglés, de Callao, de Gran Vía – Que para lo demás ya está la vida. – suspira Marta mientras recoge el último cristal del suelo.

@suahuabs