Pacto de los cuerpos desnudos

No hay mayor belleza que la de un cuerpo desnudo que no quiere lucirse. Los que sin vergüenza se enseñan y nos muestran, los modelos de ropa interior, las fotografías, forman parte de otra belleza mucho más universal y eterna, plasmada, pero también más fría, la que tiene una obra de arte, una escultura sin vida, hecha para mirarla y observar su perfección.

Pero los cuerpos desnudos no están hechos para ser perfectos sino para sentirlos, los cuerpos desnudos son tímidos porque están reducidos a su esencia, porque despojada la ropa, los pendientes y collares, los zapatos y calcetines, recogido el pelo se muestran absurdos en sí mismos. No tienen nada que los esconda o tape, solo son.

La desnudez por voluntad no es sino una de las muestras supremas de la entrega. Es la reducción al absurdo, la destrucción del yo construido, maquillado, disfrazado para mostrarse reducido a piel. Esa piel oscura o clara, con lunares, llena de recovecos, con heridas, con marcas, con vello; esa piel en sus dunas y valles, en sus poros y sus nervios, en sus secretos.

La manzana de Eva no fue si no el pacto de Dios con los cuerpos desnudos.

La prohibición, la serpiente, la tentación, el pecado y la expulsión es la historia que siempre nos han contado pero lo cierto es que el paraíso no era más que un sitio frío y racional, perfectamente modelado y lleno de las más bellas obras de arte. Había Dios terminado su última criatura, el ser humano, al que había dotado de alma, ciencia y filosofía y tuvo que probar si estaba preparado para la mortalidad, es decir, para la vida. Su prueba fue la de la vida (no la de sobrevivir) ¿estaba su perfecta creación dispuesta a perder la eternidad por un instante? ¿estaba dispuesta a arriesgarlo todo por un paso al frente, por una necesidad irrefrenable impropia de la perfecta racionalidad?

Lo estaba.

Entonces Dios le regaló a los primeros hombres la consciencia, la vergüenza, la inexactitud y el equilibrio, el placer y el dolor, la tristeza y la alegría, la vida y la muerte. Creó para ellos los cuerpos desnudos y metió en ellos sus almas.

La belleza del cuerpo desnudo reside en la nada, en el alma que se encoge al mirarse al espejo y ver aquello que realmente se es, al sentir su insignificancia. La belleza de los cuerpos desnudos es su capacidad para vestirse y maquillarse, pero ante todo para desnudarse, para cumplir la voluntad regalada por Dios de darlo todo, de ofrecer su absurdo y su vulnerabilidad por aquello que les hace brillar los mismos ojos, por la intensidad, alegría y tristeza, dolor y placer del instante. Por la vida de ese momento.

@suahuabs

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