La capacidad de maravillarse

¿Qué es aprender?

Decía un compañero mío de clase que su escritor favorito dijo una vez: «Voy a ser niño hasta los 80, y ¡después me lo pienso!» No puedo recordar ni encuentro en internet a quién pertenece la cita, pero me encantaba su sonrisa que confirmaba que él seguiría el mismo camino. Pero ¿niño cómo? Él se refería a la inocencia y al juego, a no perder la confianza y a no descansar nunca de querer divertirse, a estar activo, a ser puro, a crear. A ser libre de estereotipos impuestos, a ser creativo y magullarse cien veces las rodillas hasta no caerse de la bici.

Me he acordado de él porque, siete años después, tengo sentado al lado a un niño con casi 80 años. Es un señor con bigote blanco y un maletín, que escoge las asignaturas en el orden que más le gusta, que atiende y pregunta dudas, que no le gusta que le traten de usted. Y digo que es un niño porque viene a aprender. ¿Cuántos de los que hay sentados en clase tienen un propósito tan puro y humilde? No tantos. Porque como él mismo nos dice: «yo no necesito esto para nada, pero vosotros sí» y sonríe. Sonríe de ser consciente de lo que hace, de haberlo elegido, de disfrutar. ¿Se puede aprender con 80 años? Los psicólogos te dirían que depende, que vayas poco a poco, que estires la mente.

-Este año termino – me contaba hoy – y el año que viene quiero hacer un máster.

-¿Sí? ¿De qué?

-Física teórica o Matemáticas avanzadas.

Uno no hace un máster «para estirar la mente», pienso yo.

-Aunque mi mujer me dice que me deje ya de estas cosas, que luego no me acuerdo – me sonríe a medias – cosas de la edad.

Yo sonrío y le digo que a mí el mundo laboral me espera, que no seré su compañera en ninguno de esos dos caminos. Y pienso que qué fuerte, es como ir a clase con tu abuelo, es compartir simultáneamente lo mismo y disfrutar de lo mismo. Es lo que tienen las matemáticas, pienso también, que como se enorgullecía Hardy no tienen porqué ser útiles, y por eso van más allá de épocas y modas, más allá de ideologías. Son en su forma más pura «un acto creativo», el arte de las ideas, de la construcción de patrones. Es ahí, en las ciencias como matemáticas donde pueden juntarse dos generaciones tan separadas a hacer lo mismo. Pero volvamos a la historia ¿por qué aprender matemáticas con 80 años?

-Me gustaría entender algunas cosas antes de morirme – pongo cara de susto y le digo un inmaduro: «no, hombre». El sigue hablando:

– Mujer, es lo que toca y es mejor asumirlo, ahora solo quiero aprovechar el tiempo: me he cogido asignaturas de más – me sonríe con complicidad – me interesa el cálculo diferencial, los tensores y la teoría de la relatividad.

Yo le digo que me parece muy interesante pero que soy más de álgebra. Y entonces me mira y se delata:

-Me gustaría llegar a entender algún día los agujeros negros…

En sus ojos reluce de pronto una capacidad inmensa para maravillarse.

El profesor entra en clase, nos recolocamos en las mesas y se acaba la conversación. A mi alrededor, jóvenes atentos y jóvenes con móviles, jóvenes a los que les interesa y jóvenes a los que no. Detrás de mí el señor con bigote blanco. ¿Cuántos niños hay en esa sala? ¿Cuántos son conscientes de lo que hacen? ¿Cuántos no han perdido la esperanza? ¿Cuántos tienen sueños y deseos? ¿Cuántos se maravillan? Siempre se asocia el idealismo a la juventud, a las ganas, pero cuánta juventud tiene ese señor con su bigote blanco. Cuántas maravillas vistas y cuántas ganas de seguir disfrutándolas.

En un mundo que cada vez está más conectado pero cada vez más lejos del de al lado, donde miramos sin ver, donde aprender no produce gratificación instantánea ni aporta garantías, donde los niños ya casi no lo son. Pero en un mundo donde hay más posibilidades que nunca, donde se automatiza lo que no aporta, donde ser consciente te permite definir tus propios límites, donde la libertad en la azotea se puede elegir. Dejemos a un lado la edad como relación de equivalencia y definamos en su lugar la capacidad de maravillarse, la capacidad de ver a través, de estar alerta, de ser niño de corazón.

Sea el señor del bigote blanco un representante de clase: entonces él y yo estamos en el mismo barco.

@suahuabs