Viaje a Ítaca

“Cuando emprendas tu viaje a Ítaca, pide que el camino sea largo” Kavafis

La mujer alzó los ojos y miró al mar.  Aquel poema de su adolescencia la había impactado tanto que desde los 16 años había pensado seriamente cuál sería su Ítaca. Había trazado con línea discontinua su camino, para no apresurarse, para llegar sabia, para que fuera largo, para disfrutar del hermoso viaje.

Ahora estaba allí, en su lugar favorito del mundo, sentada en la arena, mirando al mediterráneo. Era primavera y aquel pueblito estaba casi vacío y silencioso, era el lugar perfecto para la contemplación de asceta, para pasear, leer y escribir. Un lugar para alejarse del mundo pero a la vez donde sentir la cercanía de sus habitantes. Pocos, pero orgullosos, amigables y solo cascarrabias con quién llegaba en masa en verano.

Aquel rincón del mundo era su Ítaca. No porque se pareciera a la ciudad legendaria sino porque era el lugar al que quería llegar, al que siempre estaba llegando. Había vivido en la gran ciudad, había sido ejecutiva y cooperante, había viajado y acumulado miles de postales y libros, había tenido hijos y conservaba muchos amigos. Pero aquel lugar, aquel lugar en el que descansar y contemplar; era su lugar.

Volvía de vez en cuando, abría la casa que había sido de su abuela y que tras unas y otras suertes, tras que otros no le vieran el valor a aquel paraje medio desolado y salvaje, a aquella casa minúscula a la orilla de un mar que siempre se escuchaba dentro, se la había quedado.

Ahora estaba de nuevo allí ¿se quedaría? Era la vez que más tiempo estaba pasando en aquel lugar, la vez que menos ganas tenía de irse ¿era la definitiva? ¿había llegado a Ítaca? Entonces le entraba un escalofrío y se sentía muerta. ¿No le quedaba más que aprender? ¿más aventuras? ¿ya no podía ser más sabia? Su mente siempre se había negado a ello. Por eso todas las demás veces volvía a cerrar las persianas, echaba los cerrojos y emprendía el viaje sin tener claro cuándo iba a volver.

¿Era distinta esta vez? Seguía queriendo ser más sabia, seguía queriendo aprender. Pero esta vez… esta vez quería hacerlo allí. Sentía que ya se había ido demasiado de aquel lugar, sentía que ya no necesitaba nada más del mundo exterior. Ahora quería, tenía que explorar y aprender de ella misma. Entonces le asaltó un pensamiento nuevo ¿tal vez aquella no era su Ítaca? ¿tal vez debía que cambiar de lugar?

Se levantó de la playa con aquella idea latiendo muy fuerte ¿cuál era su Ítaca entonces? Necesitaba encontrarla. Cada vez hacía más viento, entró en su casa y se puso a rebuscar entre sus cosas hasta encontrar sus papeles en blanco por una sola cara. Las olas rugían con fuerza y se oían allí dentro, feroces, se veían por los cristales de las ventanas.

Cogió una caja de lápices, sacapuntas y goma; si el papel era su barco, aquel iba a ser su equipaje. Sus latidos se habían acelerado de pronto, su ser se había convertido en el mar embravecido. Así que cogió el lápiz y empezó:

“Hoy, 6 del 6, comienza mi viaje hacia una ciudad legendaria de la que no sé el nombre y a la que tal vez, ni siquiera quiero llegar…”

@suahuabs