Escuchar a los muertos

Desde que leo LIJ de Carlos Frabetti no dejo de pensar en la paradoja de hablar con los muertos. De pequeña siempre odié todo lo relacionado con la muerte. A los muertos siempre los ensombrecía un halo de magia, una sombra tenebrosa, un miedo irracional. Ocurría aunque hubiera leído cien veces las aventuras de Ulrico el enano pelirrojo. Me pasaba igual que con el sexo; que por mucho que leía en mi Diccionario por Imágenes del Cuerpo Humano, el misterio estaba ahí, ante mis ojos pero oculto. Mi cultura, mi mente de niña, no era capaz de comprender aquellas palabras, no estaba preparada para leer la verdad sobre las cosas.

Mi madre siempre me dijo que siendo menos inteligente sería más feliz. Por eso tal vez, aunque yo repasara aquellas páginas cientos de veces -las de la bruja hablando con los muertos y las de la reproducción-, mi mente me protegía de la sabiduría de las hechiceras y los misterios entre mamíferos. Así yo podía mantener mi ignorancia virgen y ensanchar el miedo como herramienta protectora contra todo aquello que no-debía-ser-nombrado. Sin embargo, he debido crecer, los dos misterios estaban en aquellas páginas y los pude leer hace unos días, claros, a la luz de la mesilla de noche.

Lo de hablar con los muertos me ha perturbado. Me perturba porque me fliparía tener una conversación con Herman Hesse y sin embargo, ya la he tenido, solo que caprichosamente ha contestado únicamente a las preguntas que se le han antojado. Me ha pasado igual con GH Hardy, quien me instruyó en su visión de las matemáticas, y quiso morir cuando sintió perder la creatividad. «¿Qué valor tiene la vida sin creación?», me dijo, y a mí me habría gustado que profundizara más, pero no lo hizo.

En ese caso vino Erich Fromm a rescatarme. En los primeros cafés pensé que era un pedante, pero poco a poco la conversación se me hizo menos intelectual y más genuina. Acabamos pasando horas charlando de amor y libertad, del deseo de superar la separatidad individual y de ser sometido. Me gustó mucho el tema de la creación, se extendió mucho más que Hardy -los filósofos siempre han sido más locuaces que los matemáticos-. En cuanto pueda los quiero juntar, aunque me quedan todavía muchas preguntas que hacerle a Fromm.

Sin embargo, siempre queda la espina, las preguntas que no podrán responder ya, lo que tú no podrás añadir desde su futuro. Siempre estará sujeto a tu interpretación de los temas, a aquello en lo que ellos hayan decidido profundizar. También a los editores, a los familiares, a los amigos. Y cómo no, sujeto a la suerte, a solo disponer de aquellas voces que se alzaron entre los demás. Nunca se podrá hablar con un muerto que no sabes que existió, por muy genuina que fuera su vida, por eternas que fueran sus ideas.

En ocasiones, será extraño encontrarse con Nicolas Bourbaki, Euclides o Anónimo. Te hallarás en una conversación coral, con un humano etéreo o una mujer perdida en el tiempo. Será como hablar por teléfono fijo, como dialogar con una monja de clausura tras la verja, con un preso. Pero no por ello sus palabras serán menos válidas, no por ello vulgares los argumentos. Sí puede que te enfades entonces: «Joder, ¿quién se responsabiliza de esto? ¿con quién puedo hablar?» Y nadie habrá a tus espaldas. Esas palabras se las llevará el viento. Se convertirán en niebla igual que todas las que escupas en tu vida.

Pero puede que un día tu ser y tus ideas -si son genuinas, si tienes suerte y amigos y paciencia y trabajo-, trasciendan a tu madre, trasciendan tu felicidad y se salgan del envase de piel que es el cuerpo. Si ocurre serás entonces eterno. Y cuando mueras surgirán brujas y magos de todas clases que podrán, por siempre, hablar contigo.

@suahaubs

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