Cuidar el tiempo

Últimamente me fastidia escuchar eso de «odio perder todos los días una hora en el transporte público». Me estremece igual que eso de «hay que enfocar la educación al mercado laboral» o «las matemáticas hay que enseñarlas a partir de la aplicación práctica para que se les vea el sentido». Ayer estaba apática y rumiaba esa idea porque creo que dice mucho de la capitalización absoluta de los valores por los que se rige nuestra vida.

En El miedo a la libertad, Erich Fromm cuenta esto del fin de la mentalidad de la Edad Media con el protestantismo de Lutero y Calvino: […] Ciertos cambios significativos en la atmósfera psicológica acompañaron el desarrollo económico del capitalismo. Un espíritu de desasosiego fue penetrando en la vida de las gentes hacia fines de la Edad Media, mientras comenzaba a desarrollarse el concepto de tiempo en el sentido moderno. Los minutos empezaron a tener valor; un síntoma de este nuevo sentido del tiempo es el hecho de que en Nuremberg las campanas empezaron a tocar los cuartos de hora a partir del siglo XVI. Un número demasiado grande de días feriados comenzó a parecer una desgracia. El tiempo tenía tanto valor que la gente se daba cuenta de que no debería gastarse en nada que no fuera útil. El trabajo se transformó cada vez más en el valor supremo. Con respecto a él la nueva actitud se desarrolló con tanta fuerza que la clase media empezó a indignarse contra la improductividad económica de las instituciones eclesiásticas. Se resentía contra las órdenes mendicantes por ser improductivas y, por tanto, inmorales. El principio de la eficiencia asumió el papel de una de las más altas virtudes morales. […]

«El principio de la eficiencia asumió el papel de una de las más altas virtudes morales.«

Terrorífico.

Como hijos de la cultura occidental tenemos interiorizado el elevado valor del tiempo. Nos obsesiona medirlo y lo usamos compulsivamente. Pero no nos damos cuenta que ese uso desenfrenado no es más que una proyección. Usar es invertir, invertir es siempre a futuro. Cuando usamos el tiempo se nos escurre el presente. Lo planificamos y con la planificación eliminamos toda posibilidad de lo genuino, es decir: de libertad, de disfrute.

Pensaba yo entonces: me niego a «aprovechar» el tiempo. Trabajo porque vivo en este sistema y con el trabajo compramos nuestro derecho a existir en la sociedad. Pero ¿el resto? El resto del tiempo es mío. Reivindico mi derecho a perderlo, a desaprovecharlo, a desproductivizarlo, a no hacer nada con él. Tampoco me gusta esa palabra «perder» el tiempo, es de alguna manera «desperdiciar el tiempo», y parece que se contrapone a «ganar el tiempo» y el tiempo no hay que ganarlo, el tiempo es.

Tengo una nota en mi habitación que apunté después de un viernes en terapia que dice: «Amar es cuidar, cuidar es escuchar, escuchar es mostrar interés genuino.»

Lo que nos arrebata el capitalismo continuamente es la capacidad de cuidar. La reivindicación de los cuidados no puede ser sino anticapitalista. El ecologismo como cuidado del entorno -personas, animales y plantas- en que vivimos solo puede ser anticapitalista. Cuidarse a uno mismo es profundamente anticapitalista. Lo es porque cuidar no puede ser productivo, ya que si lo fuera, no sería genuino, y entonces no sería cuidar.

Cuidar el tiempo es un concepto que me gusta.

Porque cuidar es ser consciente.

Cuidar es sufrir y es disfrutar.

Cuidar es estar con todos los sentidos.

Cuidar es parar y enfocar.

Cuidar es coserte un botón de un pantalón: es decrecer.

Cuidar es estar hoy, besando a la persona que quieres, paseando con ella. Es no planificar el domingo.

Cuidarte es dejarte sorprender. Es estar dispuesto a cambiar la forma en que miras las cosas, es relativizar y desprenderse para construirse de nuevo.

Cuidar tu tiempo es regalarte una hora cada día en el runrún del autobús mientras fuera llueve o amanece.

@suahuabs

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