Porque ya no me hace falta valor

Siempre había parecido una chica como las demás, pero no lo era. Estaba segura de que no lo era. Intentaba esconderlo con todas sus fuerzas pero cada vez era más complicado, cada vez le molestaba más, cada vez era más difícil ignorar aquellos pollitos que le habían nacido en la cabeza.

Todo había empezado con un nido. No sabía cómo había podido pasar, pero un día vio a un pájaro dejar una ramita en su cabeza. La intentó quitar y no fue capaz, allí, dentro, en lo más profundo de sus pensamientos, estaba colocada esa ramita que el pájaro había depositado. ¿Cómo entra un pájaro dentro de tu cabeza? Era imposible. Pero el pájaro volvía cada día con más ramitas, y ella lo pillaba siempre dentro, nunca lo veía llegar, solo estaba allí, de repente, con un palito nuevo en su pico, tranquilo, lo depositaba y salía volando.

Ella intentaba ahuyentarlo con sus pensamientos, gritarle use y que se fuera, pero el pájaro no parecía escucharla, la miraba con sus ojos impasibles y siempre alzaba el vuelo después, siempre volvía.

Este fenómeno la asustaba, pero no se lo podía contar a nadie. ¿Cómo iba a contar que un pájaro estaba haciendo un nido dentro de su cabeza? Era una locura, iría directa al manicomio, seguro. Su madre, su hermana, que la adoraban, ¿qué harían cuando supiesen que estaban anidando en su cabeza? ¿que allí, en el fondo más profundo de sus pensamientos, un pájaro estaba poniendo ramitas y pondría algún día huevos?

Siempre había pensado que no era como los demás. No sabía explicar exactamente por qué, pero su intuición le decía que no lo era. Aquel nido se lo confirmaba ahora.

Aquel día, había dicho en el trabajo que se encontraba mal y no era verdad aunque un poco sí.

Hacía varias semanas, el pájaro había dejado dos huevos en el nido y no había vuelto. Ella los veía todos los días ahí, en el fondo de su pensamiento, acurrucados pero sin calor, y no había podido evitar acunarlos. Estaban solos. Si pudiera cogerlos se haría una tortilla y tiraría aquel nido a la basura, se desharía de aquel molesto parásito que le había nacido en la cabeza. Pero no podía, solo podía tocarlos con sus ideas y eran tan perfectos, tan redondos y moteados, que las noches en vela las pasaba imaginando cómo serían, contándoles historias.

Aquella mañana había notado movimientos en los huevos y había decidido quedarse en casa. Mierda, mierda, mierda. Claro, el pájaro ya no le daba el follón, el nido, con sus huevos era apacible y bonito, pero cuando salieran los polluelos ¿qué haría? Aquella mañana las cáscaras empezaron a vibrar y resquebrajarse. Estaba tan segura que le había subido la fiebre que llamó a su oficina para que le dieran la baja.

Se tumbó en la cama y esperó. Surgieron dos pollitos feos aquella mañana que empezaron a piar sin descanso, no podía callarlos y deseó poder tirarlos del nido, estrangularlos, los asfixió con los pensamientos más terribles que se le ocurrieron, pero solo piaban más y más y con más desamparo. No podía callarlos, no podía deshacerse de ellos y decidió darles de comer. Pensó en ello con mucho detalle, y de pronto, aparecieron dos gusanos gordos y rosados, que los pajaritos engulleron. Luego pensó en un saltamontes amarillo y crujiente y se lo dio también.

Los feos polluelos devoraban gustosos y luego se dormían. Les limpió el nido, los alimentó y los acunó durante días. Dormían largas horas y no le molestaban mucho, pero en el trabajo su compañero empezaba a quejarse:

-No sé qué te pasa, pero te veo desconcentrada. Antes cerrábamos los proyectos mucho antes pero ahora tardas un montón en hacer las presentaciones.

A ella le hubiera gustado decirle:

-Claro, es que ahora tengo un par de polluelos a mi cargo y tengo que alimentarlos.

Pero no podía.

Sus amigas también lo notaron, y empezaron a decirle:

-Tía, no sé qué te pasa, pero estás rarísima, tú antes no eras así.

Y a ellas les habría gustado decirles:

-Así ¿cómo? ¿cariñosa y atenta? ¡Antes no tenía que cuidar de nadie y ahora sí! ¡Ahora dependen de mí! Ya no puedo pensar solo en ir de rebajas.

Aunque en el fondo, sí quería ser frívola como antes y quería concentrarse en esos proyectos tan importantes del trabajo. Quería ser como el resto, trabajar y salir, como siempre, pero no podía, ya no podía, porque tenía un nido con dos polluelos en la cabeza. Lo intentaba tapar con todas sus fuerzas, pero no podía deshacerse de él, y si les quitaba la luz, si se olvidaba de ellos, entonces lloraban, piaban con rabia y no la dejaban en paz. Deseaba que llegara el día en que levantaran el vuelo y se fueran para siempre de allí, volver a su vida, olvidarse de todo aquello.

¿Cómo enseñarles a volar?

Los polluelos no tenían madre, se había ido, los había abandonado allí. Desde que puso los dos huevos no había vuelto a ver a aquel pajarito que fue dejando una a una todas las ramas del nido de su cabeza. Si quería que se fueran, tenía que enseñarles ella a volar, pero ¿cómo se vuela? No hay un manual de autoayuda que enseñe a los pájaros a volar. Qué tontería. ¿Cómo entonces?

Los pájaros eran ya grandes y no cabían en el nido, se peleaban, daban vueltas, se hastiaban, e incluso salían del nido a explorar libremente su cabeza. ¡Qué horror cuando uno de ellos empezó a picar en sus concepciones establecidas sobre el trabajo y la familia! Tuvo que volver a pensar en ello de nuevo y se dio cuenta que había tanto polvo, que no pudo mas que limpiarlo durante días, leer y leer, para volver a reconstruirlos.

Sus amigas tenían razón. Estaba rara porque estaba cambiando, pero ella no quería cambiar, quería recuperar su vida anterior. Dejar de plantearse tanto las cosas, no tener que pensar más en los pájaros en su cabeza para que se estuvieran quietos. Tenía que enseñarles a volar y que se fueran, cerrarles las puertas, librarse de ellos para siempre.

Tomó la decisión.

Un fin de semana se fue a la casa de la playa de sus padres pero a sus padres les dijo que se quedaba en Madrid con sus amigas y a sus amigas de Madrid que se iba a la sierra con su novio y a su novio que se iba con sus padres. Quería estar sola, hacía tiempo que no se iba un fin de semana sola.

Era invierno, llegó de noche un viernes de febrero o marzo y durmió bastante mal porque hacía frío y mucha humedad. Qué ganas tenía de que acabara aquello. A la mañana siguiente, la despertó el sol caliente en la cara, la brisa era fresca, y el mar, que casi podía escuchar desde la cama, estaba tranquilo. Oyó un par de gaviotas. En su cabeza, los polluelos que ya eran pájaros grandes, se habían despertado también. Hoy volaréis con las gaviotas, sea como sea.

Se puso un vaquero ancho, deportivas y una sudadera que le quedaba grande. Aquella mañana no le hacía falta el abrigo. Cogió una toalla de playa, y después de desayunar se tumbó en la orilla.

¿Cómo enseñarles a volar?

Les quiso contar que volarían si movían las alas, si saltaban del nido y se lanzaban, pero los pájaros no reaccionaban, abrían y cerraban sus alas llenas de plumas, saltando como pingüinos. Miraba a las gaviotas y les intentaba explicar el movimiento técnico, los detalles: cuántos grados debían abrir las alas para que una corriente de aire los levantara y cosas así, pero los pájaros, aturdidos, caían una y otra vez entre las ramas del nido, sin levantarse ni un mísero centímetro.

No, así no podía enseñarles a volar.

Lo que más había funcionado en su cabeza eran las historias que se contaba ella a sí misma. Aquellos gusanos que había sacado de su imaginación para darles de comer. Así que decidió pensar en cómo volaría ella.

Cerró los ojos y se imaginó como pájaro, surcando el cielo de aquella bahía, se imaginó sobrevolando las montañas a las que alguna vez había subido, disfrutando del aire, viéndolo todo.

No funcionó.

Claro que, aquello eran solo fantasías, nunca podría volar de esa manera, los humanos no volaban así.

¿Cómo volaría ella de verdad? De pequeña, siempre había asociado volar con la libertad, con disfrutar. Sentía que volaba cuando se le ocurría una historia y la escribía y la ilustraba y le creaba una portada y luego la guardaba cuidadosamente en un cajón para contársela a sus muñecos.

Había dejado aquellas tonterías en bachillerato, cuando empezó a salir y le pareció que aquello eran solo niñerías, y luego en la universidad, cuando se le ocurría algún otro álbum ilustrado lo desechaba siempre, qué pensarían si una aspirante a economista del BCE se entretenía escribiendo cuentos y dibujando personajes.

Pero cuánto le había gustado…

Se imaginó elaborando esa historia que se le había ocurrido justo el día que apareció el pájaro con la primera ramita, preparando el guión, imaginando los colores, el contexto que mejor quedaría con cada escena.

Se imaginó viajando a Asia, que nunca había estado, y siempre había querido ir, conociendo gente distinta, bailando. ¿Cuánto hacía que no bailaba? Pero no en una discoteca con una copa en la mano, se refería a bailar por bailar, de puro gusto. Se imaginó bailando con su novio. Imposible. Era demasiado serio y práctico. Se imaginó bailando con otro chico, uno con el que reír y luego bañarse desnudos en una playa y besarse hasta cansarse.

Se imaginó viviendo un tiempo en una granja y haciendo queso con su mejor amiga, a las dos les chiflaba el queso, pero qué peste, era imposible ver a su amiga en esa situación. Pero se lo imaginó igualmente, llenas de paja, ordeñando una vaca, dándole vueltas al cuajo, metiendo el dedo sin que las viera el capataz.

Y vio de pronto, cómo su mente se había llenado de plantas y flores, cómo germinaban a toda velocidad árboles frutales y arbustos llenos de bayas, las vio salirse de ella y se tocó la cabeza asustada, tenía miedo de que se vieran, pero no salían de allí. Estaban dentro y fuera, pero solo ella parecía ser consciente. ¿Y los pájaros? Entre tanta maleza, no los diferenciaba y llena de angustia temió haberlos perdido, ahogado. Estoy loca, mejor, si solo quiero que se vayan y me dejen vivir mi vida tranquila.

¿Su vida? ¿Qué vida? ¿Era su vida de siempre la que quería? No.

Mierda, mierda, mierda.

Se imaginó independizándose en una casa con una gran librería y una gran mesa para dibujar, para llenar de cartulinas y rotuladores y pegatinas y pruebas. Una gran mesa para invitar a comer a sus amigos. Pero si yo no sé cocinar.

Se rió. Aprendería.

Aparecieron los pájaros de nuevo y sintió alivio. Aparecieron volando y se posaron entre las flores que habían surgido en su cabeza. ¡Aparecieron volando! Joder, estoy fatal. Pero se rió. A decir verdad, eran preciosos aquellos pájaros que volaban en su cabeza, los había visto crecer, les había cogido cariño. No quería echarlos. Mierda, mierda, mierda.

No sabía cómo iba a explicar todo aquello. Pero no quería volver a su vida de siempre. Su vida de siempre no era su vida, era la vida de otra persona, de alguien que nunca había tenido un nido en la cabeza.

Se imaginó volviendo a hacer estimaciones económicas en el trabajo y una flor se marchitó. Se imaginó en la casa llena de muebles caros y delicados de su novio, donde no se podía uno sentar a gusto, siquiera en el sofá, y a un árbol se le cayeron todas las manzanas al suelo.

No, no, no.

Aquella no era su vida.

Y notó cómo uno de los pájaros salía de su cabeza y se sujetaba en su dedo índice, y la miraba.

Y empezó a reír, y se levantó de la arena, y corrió por la playa, y se desnudó, y se bañó en el agua helada de febrero o marzo.

La miraban.

Se había vuelto loca.

Pero y qué más da. Cuando haces lo que quieres hacer, cuando eres lo que eres.

Qué más da.

Qué miren.

Iba a construir, a crear su vida. Iba a vivirla como a ella le diera la gana, a jugar con sus posibilidades, a intentarlo, a descubrir lo que quería ser y cómo quería serlo.

A pasárselo bien.

A dejar de ser como los demás para ser ella.

Se secó con la toalla. Tenía todo el bello erizado y le castañeaban los dientes. Se abrazó a sí misma para quitarse el frío. Sintió alivio. Aunque el frío no desapareció del todo notó el abrazo en cada milímetro de su piel, y penetró dentro de ella, con fuerza. Hacía mucho que no se abrazaba a sí misma. Y qué paz. Cogió los zapatos y se fue descalza hacia casa.

Hacia su vida.

La gente que se la cruzó por el camino cuenta, que vio a una chica envuelta en una toalla, con los labios morados por el frío de febrero o marzo, y un gran ramo de flores surgiéndole de la cabeza, una ramo con dos pájaros que piaban de alegría.

@suahuabs

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