La única y máxima belleza del mundo

Hacía un día bueno, con mucho sol. La plaza estaba llena de gente, de adultos que intercambiaban opiniones, de mujeres que decían no haber visto nunca nada parecido, de ancianos que en su corto paseo matinal, se habían acercado hasta allí. Todos comentaban. Todos parloteaban entusiasmados. Todos mantenían una misma opinión, decían haber contemplado la mayor belleza creada en el mundo.

Así se llamaba la exposición: “Venga a ver la única y máxima belleza del mundo”. Y todos parecían compartir la opinión de ese puñado de letras.

Aquel hombre se acercó. Era diferente de los demás: aún no había entrado a la exposición. Pero en ese mismo instante se disponía a hacerlo. Se acercó a la taquilla.

– ¿Es verdad que nunca se ha hecho nada igual? – preguntó.

– No dude de ello – contestó la chica de detrás del mostrador.

– Pero si nunca se ha visto ¿estamos lo humanos preparados para verlo?

La chica le dedicó una complaciente sonrisa.

– Entre y podrá descubrirlo usted mismo – contestó esta vez de forma más enigmática.

Aquel hombre no hizo ningún gesto, la miró de forma apacible y se dio la vuelta. Empezó a caminar hacia la puerta de la estancia.

Andaba de forma irregular, llevaba las manos en los bolsillos del pantalón y tenía un aspecto levemente despeinado. Llevaba un jersey de rayas azules y blancas con un pequeño hilo suelto que le colgaba por detrás y unos zapatos ligeramente desgastados. Pero aún así, tenía un aspecto agradable. Su rostro era apacible, inmutable, la comisura de los labios estaba acostumbrada a sonreír levemente y sus ojos color miel mostraban una expresión tranquila y sin sobresaltos. La chica de la taquilla le calculó sobre los cuarenta años, aunque debido a un pequeño deje de cansancio en la mirada y la sensación de que nada pudiera impresionarle, daba la sensación de ser mayor.

La exposición era mayormente de cuadros. Los autores habían conseguido unos límites de belleza superiores a lo normal. Había pinturas de niños, de ancianos, de madres, de olivos, de amapolas, de crepúsculos, de peces, de tigres y de aves. Los había abstractos, con técnicas modernas o pintados al óleo. Pero también se podían apreciar numerosas esculturas de representaciones humanas, varias maquetas de arquitectura y sorprendentes composiciones musicales.

Aquel hombre lo contempló todo, lo observó todo, se fijó en los más mínimos detalles. Cada poco asentía, fruncía el ceño y volvía a mirar la misma pieza. Entonces esbozaba una mítica y pequeña sonrisa y pasaba al siguiente cuadro.

Cuando aquel hombre hubo concluido su visita, se dirigió otra vez a la taquilla.

– ¿Qué le ha parecido? – preguntó la chica con una espléndida sonrisa.

– Un buen trabajo – asintió con convencimiento aquel hombre.

– ¿Solo eso? – preguntó esta vez con un afloro de indignación.

– Sí, son bastante bonitas. Han logrado una belleza considerable.

– ¡¿Solo considerable?!

– Pues… sí. ¿Qué quiere que le diga?

La indignación de la chica había florecido del todo.

– ¡Mire, si no sabe apreciar lo que hay aquí dentro, váyase ahora mismo porque…! ¡Sí! ¡Ahora mismo voy a echarle! ¡Es usted un… un!

– Perdone, pero… antes de que continúe con todo eso, me gustaría comentarle una cosa – dijo aquel hombre dando muestra de una leve incomodidad – pues… no me gusta hacer esto… pero creo que es mi deber aconsejarle e incluso corregirle una cosa – aquel hombre hizo una pausa y se mordió el labio – Pues mire, es sobre el título de la exposición, creo que como nombre comercial vende muy bien, pero que no deberían mentirles a las personas que como yo, han creído al pie de la letra lo que pone. No hace falta que lo quiten, pero podrían poner un asterisco o dar un panfleto o simplemente explicarlo un poco.

– ¡¿Pero es usted consciente de lo que está diciendo?! ¡No se lo consiento! ¿Cómo puede poner en duda de esa manera que no está ante la ante la única y máxima belleza existente en el mundo?

– No lo estoy poniendo en duda, lo estoy negando. Todo lo que hay ahí dentro es una copia.

– ¡¿Copia?! ¡¿Está usted loco?! Si no se va por las buenas de aquí ahora mismo, le prometo que llamo a seguridad y…

– Un momento ¿no está interesada en saber por qué opino de este modo?

– Pues… a decir verdad, sí… pero como sea usted obsceno, fanático o de alguna secta rara le prometo que no sale de aquí sin un par de esposas y luego…

– Está bien, se lo contaré – aquel hombre interrumpió por tercera vez sus amenazas y empezó a hablar….

“Mañana despiértese pronto, siéntese junto a la ventana y observe la salida del sol. Luego salga la calle y preste atención, ponga todos sus sentidos; no oiga, escuche; no mire, vea. Después contemple el atardecer y vuelva a salir de noche. Aunque esté oscuro, abra los ojos; aunque el relente le moleste, descúbrase el rostro, suéltese el pelo y quítese los zapatos. Al día siguiente váyase a un lugar junto al mar, vuelva a despertarse temprano y túmbese al sol, note cada rayo acariciando su piel, luego hunda los pies en la arena y cierre los ojos, no piense en nada, preste atención a todo lo que en ese instante esté ocurriendo. Oiga los pájaros, escuche la espuma, note la brisa. Al día siguiente haga escalada en una montaña, compruebe el cansancio, note la alegría de llegar a la cima, vuelva a descalzarse los pies sobre la nieve y esquive las bolas que le lancen sus compañeros eufóricos por la llegada. Al día siguiente métase en una cueva, una cueva profunda y preste atención a las gotas impregnadas de cal formando las estalactitas. Al día siguiente introdúzcase en la selva, al siguiente en el desierto. Visite un día una gran ciudad y luego un pueblo. Viva en le seno de una familia, cuide de un bebé, despídase de un anciano. Conviva con los lobos. Aprenda todos los oficios y todas las lenguas. Estudie todas las estrellas e intente tocar el sol. Solo cuando haya hecho todo esto comprenderá lo que le digo. Sabrá que la belleza única que usted nombra, va más allá de lo que encierran estas paredes ¿Comprende?»

La chica no se movió, no contestó. Tenía la boca medio abierta y el ceño fruncido en señal de estar intentando comprender mejor. Antes de que le diera tiempo a reaccionar, aquel hombre se encogió de hombros con una media sonrisa y se marchó. Aquel hombre se alejó poco a poco. Aquel hombre se escabulló entre la gente. Aquel hombre desapareció de aquel lugar. Y entonces la chica de la taquilla se mojó los labios que se habían quedado por unos instantes sin palabras y concertó por teléfono una cita con su jefe en la que pensaba pedirle unos pocos días libre.

Ahora, si me preguntas por aquel hombre, no te puedo decir dónde se encuentra, más que nada, porque no sé dónde está. Eso sí, puedo asegurarte que la última vez que lo vi, tenía el mismo aspecto que entonces. Estaba sentado dentro de una fuente, debajo de un chorro y una manta de agua se extendía por delante suyo sin llegar a mojarle. Tenía la mirada fija en algún punto del infinito y su expresión era tranquila.

Cuando le pregunté, obtuve una vez más una enigmática respuesta, seguida de una sonrisa a medias. Me dijo, que había descubierto un nuevo punto, desde donde mirar una parte de la belleza del mundo.

@suahuabs

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