Miradas que atraen

Los romanos conquistaron el mundo caminando.

A mí me gusta mucho caminar.

Madrid me gusta recorrerla de arriba a abajo y saber cómo se unen los barrios, cómo fluyen los distintos tipos de edificios y de personas, cómo la ciudad se transforma en unas y otras zonas. Me gusta.

Cuando voy de viaje me pasa igual. Me encanta pasear de arriba a abajo una ciudad, mirar cómo son sus calles, cómo es la gente que las transita, cómo huelen, qué colores tienen. No me importa coger el metro o el autobús, pero si para volver a casa tengo un paseo de menos de una hora, charlando o simplemente mirando alrededor, elijo esa opción.

En Cascais me hice todo el paseo hasta Praia da Poça dos veces, una de día y descalza, otra de noche y con un par de chicos que acababa de convencer de que era mejor pasear que pillar un taxi hasta el hostel. Se quejaron todo el camino, también me contaron muchas historias. Cuando estuve en Nueva York teníamos el apartamento en Harlem y por la noche volvimos de Manhattan hasta allí recorriendo las calles y comiendo one-dolar-pizza. Madrid me encantan pasearlo de noche, cuando todavía hay gente, porque en Madrid siempre hay gente, con un poco de frío, y viendo las sombras, las luces.

Hay momentos especiales del día que son geniales para caminar.

Las primeras horas de la mañana por ejemplo, con el frío, con la luz entrando, con los baristas regando las calles y poniendo las mesas, con el frutero sacando las cajas de tomates a la puerta, con la máquina de limpieza terminando de poner bien la arena.

Casi siempre camino sola porque nadie quiere caminar tanto, o simplemente porque voy sola a algún lugar. El problema es que como chica, se activa mi radar de protección, y aunque disfrute voy siempre alerta.

He descubierto que una de las tácticas más importantes es no mirar a los ojos a los hombres con los que te cruzas.

La táctica no es mía. Antes lo hacía al revés, y odiaba recibir miradas provocativas, pero claro, vas feliz, en tu paseo, cruzas los ojos con alguien y sonríes. Error. A veces se acerca a preguntarte. Otras veces te siguen. El miedo se huele.

Entonces, en un libro de Najat el Hachmi, descubrí, que las niñas musulmanas, cuando tienen la regla, dejan de poder mirar a los hombres a los ojos. La chica de su historia estaba acostumbrada a ir al mercado, a hacer todas las tareas de su casa y del campo, a moverse como si fuera un chico. Cuando le da la regla, deja de poder hacerlas, primero porque tiene que taparse, después porque ¿cómo va a regatear en el mercado si no puede mirar al tendero a los ojos?

Me llamó la atención.

Lo de las miradas es extraño. Hay cientos de miles de miradas. Y es cierto que hay algunas, que nunca sabré porqué, pero son intensas, da igual si es hombre o mujer, hay otras que son seguras, otras que son asustadas. Supongo que en la mirada se puede leer algo de lo que estás pensando, o que tu subconsciente saca sin que te des cuenta.

A mí me gusta mirar a los ojos. A una amiga le dicen que eso intimida, pero es cierto que ella tiene una de esas miradas que atraen, que provocan. El día que la conocí tenía novio, pero me entraron unas ganas terribles de estar con ella. Los ojos. Esos ojos. Algunos ojos.

Las miradas son una puerta difícil de descifrar.

El ser humano se mueve por instintos, si algo lo mueve, va. A veces no necesita más explicación que ese impulso.

Cuando no miras a los ojos, no das la oportunidad. No mueves. Eres una pieza más del mobiliario urbano. Con sus matices, claro, en ciudades occidentales también, pero he descubierto, que no mirar cuando paseo me hace sentirme más segura.

Así, he decidido ser selectiva en las miradas. Miraré a mis padres, a mis hermanos, a mi pareja, a mis amigos. Miraré a los que escriben buenas historias, miraré a los que cantan, a los que recitan sus poemas. Miraré a todo aquel con quien mantenga una buena conversación.

Pero si paseo no miraré.

Pasearé mirándome a mí misma.

@suahuabs

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